Carta al signatario de la guerra

“Que alguien me diga que aquí hubo genocidio”
Otto Pérez Molina
Se lo digo yo, hijo, nieto y sobrino de hombres y mujeres sencillos y cariñosos con su pueblo, hijo, nieto y sobrino de quienes sus subordinados asesinaron a sangre fría, torturándoles primero hasta el cansancio para luego abandonar sus cuerpos mutilados a un costado del asfalto.
Se lo digo yo, que a mis cuatro años, conocí el miedo, el terror y la indefensión, la huida, el hambre, la incertidumbre incomparable de un niño que amaneció un día sin la madre tierna que le arrulló la noche con historias de ángeles, de hadas, duendes, paraísos, arcoíris y golosinas. Desperté y se la habían llevado y con ella, la vida y el corazón de mi familia.
Se lo digo yo general, que perdí mi aldea, mis amigos, mis vecinos, mis barriletes, mis alborotos, mi cachorro, mi escuelita y mi columpio.
Se lo digo yo, a usted, hijo del glorioso ejercito, galardonado con preseas a costa de la ejecución extrajudicial de la inocencia de los niños como mi hermanito, con medallas ganadas tras el desplome de mis hermanas desmayadas.
Se lo repito, con los testimonios de quienes comparten conmigo la barbarie y el dolor que dejaron sus victorias, veterano de una guerra ganada contra peligrosos y pequeños guerrilleros que volaban barriletes, cortaban jocotes y se comían los mocos mientras barraqueaban.
Y se lo digo hoy, porque usted parece necio, empeñado y decidido a ocultarlo.
Porque usted, general, se ha atrevido a insinuar que las mujeres ixiles han mentido cuando relatan la violencia sexual masiva y la ejecución de sus bebes a manos de un ejercito comandado por usted, flamante general, signatario de la guerra, presidente de la impunidad.
Le digo, SU EJERCITO, general, COMETIO GENOCIDIO, bastaría probarle tan solo un numeral, cual prefiere, ¿las condiciones infrahumanas tras el bombardeo, la persecución, el cerco miliar, la destrucción de los cultivos en el intento de acabarnos?, ¿la masacre indiscriminada de miles de ixiles, cientos de achies, kiches, kanjobales o kaqchiqueles?, quizás quiere huir usted del recuerdo de cientos de niños que hoy caminan por el mundo, con otro nombre, otro idioma y otros padres, distintos a quienes siguen en el silencio que se impuso con la fosa común. No, usted preferiría que nadie recordara la violencia a la que sometió su ejercito a las mujeres, la humillación, el ultraje de los cuerpos desmayados, los fetos extraídos, el semen del soldado, del sargento, del capitán, del teniente, la saliva del coronel sobre el güipil.
No hay ya como escaparse general. Y se lo digo hoy, por que parece que desempolva su boina de Kaibil mientras ordena el cerco sobre el pueblo Xinca, estoy seguro que le ha pasado por la mente revivir sus viejos tiempos, comandar las tropas que registran casas, instalar su puesto de mando sobre Xalapan, que le lleven a los “delincuentes subversivos” a los “terroristas”, llamar a su G-2, sentarse con cigarro en mano a ver como les colocan la capucha, el torniquete, el shock. Presiento, que no resiste las ganas de obligarlos a respetar a su gobierno, a que besen su bandera, su escudo, su uniforme, sus botas y sus tanques.
Pero este pueblo tiene memoria, general, tiene vida y dignidad, no lo engaña su caro traje, no lo engaña la farsa de flamante presidente y signatario de la “paz”, porque este pueblo sabe general, que la intención del genocidio esta en sus ojos, en sus insultos, en sus estados de sitio, en sus contratos con la minera y en su empeño porque este pueblo se doblegue.
Téngalo presente, usted, general, hijo prodigo de un glorioso ejercito genocida. No lo intente.
H.I.J.O.S. Guatemala


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